“Bienaventurados los que lloran…”
La vida nos da muchos motivos para llorar, para estar tristes.
Hoy lloramos por la enfermedad y la muerte en nuestro mundo.
Lloramos por nosotros, lloramos por los demás, lloramos por el mundo
Nos entristecen los límites humanos: la enfermedad, el deterioro, la soledad, la incapacidad y el desasosiego.
Sufrimos porque cuando cerramos los ojos tenemos la capacidad de ver cómo sería la perfección de las cosas, y cuando los abrimos nos ciega lo poco que se le parece la realidad.
Sabemos cuál es la luz que da vida, pero a veces la sombra producida es tan grande que en ella nos instalamos sin ver más allá.
Termina la bienaventuranza con las siguientes palabras: “Porque ellos serán consolados”
La vida nos trae el consuelo de la mano de la solidaridad.
El consuelo de Dios tiene manos humanas que acarician el corazón dolido, acompañan en el llanto y transforman en el olvido.
El consuelo de Dios tiene aires divinos solamente vividos ante la presencia del amado, del querido, en los tiempos sin reloj, en el espacio sin fronteras, en el deseado paraíso intuido en la tierra y sólo verdadero en el cielo.
Bienaventurados los que están tristes, los que sufren, los que lloran porque ellos recibirán el divino consuelo. Amén.
Isa