Esta afirmación bíblica indica la posibilidad de seguir siendo cuando termine la medida de nuestro tiempo. Nos abre a la esperanza de una vida futura después del paso del tiempo.
Dios no tiene tiempo. Nosotros, aquí en la tierra, sí. Dios es la permanencia. Nosotros, ahora, la mortalidad. Mortalidad que acabará con el paso del tiempo. Tiempo que abre las puertas a la eternidad. Eternidad que es la parada del tiempo en Dios.
“El tiempo de Dios es el mejor de todos”, dice una cantata de Bach. Y todos los tiempos son Suyos, todos lugares de Su presencia, aunque en unos no haya que tener fe para verle y en otros sin la fe no lo creeríamos.
El tiempo lo mide todo, todo está bañado por él. Todo menos la eternidad.
La eternidad no tiene reloj ¿Cuál será su medida? ¿Tal vez será el amor, sentimiento que hace sentirse a uno pleno, lleno al amar o ser amado, y que al mismo tiempo da sentido a la existencia? ¿Será esa la medida, el amor, medida que no se puede tocar, ni ver, ni oír, ni medir, medida que traspasa el tiempo?
¿La eternidad se medirá como en cubitos de amor, de vida amorosa, que podemos ir llenando y apilando durante el tiempo que se nos ha concedido, y así después podernos subir en ellos y asomarnos, y ver, y entender lo pasado, y por fin comprender la esencia de Dios?
Morir sólo es morir. Morir se acaba.
Morir es una hoguera fugitiva.
Es cruzar una puerta a la deriva
y encontrar lo que tanto se buscaba.
(José Luis Martín Descalzo)
Isa
_____________________________________________________________
My Kindom, my Rules. Alexandre Desplat ( 2:11)