Nos pasamos la vida tomando decisiones.
Sentimos vértigo cuando la vida llega centrifugando lo que tenemos y hay que cambiar de rumbo.
Hace años tuve una maestra, Mercedes, que me decía que cuando tuviera dudas escuchara “lo que me pidiera el cuerpo”. A veces es difícil tener este aplomo en uno mismo.
Hilvanar poco a poco la vida con Dios y su Palabra es un seguro espléndido para la toma de decisiones en momentos complicados. El Espíritu de Dios trabaja en nosotros, está cerca, y sin darnos cuenta habla con nuestra voz y nuestro cuerpo, aunque algunas veces en silencio como estatua de piedra.
Leyendo el evangelio observo que cuando Jesús se encuentra en esta situación toma distancia, se aparta en soledad, y ahí ora con el Padre, y luego el Espíritu le impulsa. A Jesús le gustaba subir de madrugada a orar al monte – realmente la belleza del despertar de la naturaleza acerca a la esencia de la vida y ayuda a ver con claridad-.
El monte, lugar de las alturas, es el lugar donde uno se encuentra con más facilidad con Dios. La hora es el momento de la cita. Todos tenemos un lugar y una hora donde nos sentimos más próximos a Dios. Entonces allí, hablamos con nuestro Padre y le pedimos que nos aconseje: “Aquí estoy con mi problema ante Ti”. Unas veces su atronador silencio se mezcla con el follón de nuestro interior, un lío; otras veces es más fácil y le oímos con algo más de claridad; y en ocasiones es transparente. En cualquier caso, da paz sentir que Dios ha estado en el proceso decisivo, ahí, conmigo, en la cita, en nuestro monte.
Una vez traspasado el umbral es un error mirar atrás, eso hizo la mujer de Lot y se cristalizó como la sal, petrificó su vida y la perdió, o aquel que araba mirando para atrás. Mirada valiente y confiada hacia delante con la tranquilidad de que Dios ha estado presente en la decisión.
Isa
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Una música: Gonzales. – The Tourist (2:51)