Volver

Volviendo a casa. 2014

Dios permite volver a los que se arrepienten. ¡Qué grande es la misericordia de Dios, y su perdón para los que retornan a él! Eclesiastés 17, 24

Si vuelves es porque un día te fuiste. La vuelta pudo ser forzada por la realidad de la vida. En el evangelio, el hijo prodigo volvió porque no tuvo más remedio. Se fue porque la tentación de otra vida le sedujo, se dejó llevar por la atracción de romper con lo establecido, estaba indignado con la justicia de aquella sociedad en la que, por ser el hijo menor, no tenía  derecho a casi nada en comparación con su hermano. Entonces, conociendo la bondad de su padre, aprovechó y le puso en el brete de pedirle la herencia en vida. Y su padre accedió saltando por encima de las normas de la época, las más mínimas reglas de herencia en la vida y, lo más difícil, sus sentimientos como padre. Y el hijo se fue con los bolsillos llenos y la mirada puesta en un futuro mejor. Pero sus maravillosas expectativas se enfangaron en la pocilga con los cerdos, no le salieron las cosas como tenía previsto. Cuando se le vaciaron los bolsillos recapacitó, y arrepentido volvió al seno familiar. Humillante decisión.

Todos somos hijos pródigos de vuelta al padre. Un padre sin compañía de madre, pues es ambos, es  la representación de la bondad divina. Así es nuestro Dios, padre y madre al mismo tiempo.

Todos volvemos al padre. El tiempo no es lo importante sino el  camino que tomamos para volver. Él nos espera con la mirada puesta en el camino, esperanzado en que no nos perdamos en el regreso y con el corazón latiendo rápido ante nuestra llegada.

La vida es la vuelta al padre. Unos llegan vacíos y la cabeza gacha como el  hijo prodigo, y otros, sin embargo, cargados de vida y de nombres.

Isa Cano


Max Ritcher: Arbenita (7.16)